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JAQUE MATE por PILY B.

Jaque mate
por Pily B.

Las venas de aquel edificio habían luchado por conducir la energía a los lugares donde ésta estaba siendo requerida, pero tras el último corte en el suministro, el que ya parecía el definitivo, el rascacielos quedó finalmente sumido en un inusitado letargo. Segundos antes, la pantalla holográfica donde se mostraron las imágenes de aquella conferencia cardiológica, también quiso dar señales de que algo no marchaba bien: de buenas a primeras, se apagó, y tras ella, también lo hizo el conferenciante virtual.

Y así, de una manera tan simple, dio comienzo su pesadilla.

Aún retrepado sobre su asiento, Phausto desvió la atención del ventanal apretando sus pequeños ojos con extraordinaria fuerza. No quería ver lo que estaba sucediendo, ¡no podía! Afuera, otros gigantes de acero y cristal también permanecían prácticamente sin vida, iluminados tan solo por las tenues luces de emergencia; pero eso no era lo peor, hasta donde alcanzaba la vista, sus fachadas habían sido salpicadas de ascensores-cápsula con gente en su interior.

«¡Maldita sea! ¿Pero por qué yo?». Phausto le propinó un puñetazo a su pupitre y éste respondió replegándose y desapareciendo de su vista. «¡Mierda! ¡Mierda, mierda, mierda!».

Afortunadamente nadie era consciente de su frustración. En cuanto les había sobrevenido la permanente oscuridad, el que más o el que menos había echado mano de su flamante móvil y ahora, muy cortésmente, estaba siendo informado de la ausencia de red. Todos a una se abalanzaron entonces sobre sus respectivas computadoras. Éstas, alimentándose exclusivamente de su pequeña batería portátil, continuaron sin suministrar noticias: No había conexión a la Red.

Pasaron varios segundos; dos minutos, tres… indudablemente la situación no iba a cambiar.

Phausto decidió salir entonces fuera del edificio para ver con sus propios ojos qué estaba sucediendo. Mientras corría casi a oscuras escaleras abajo, su mente no pudo evitar intentar darle algún tipo de explicación lógica a todo aquello, alguna que ciertamente pudiera exculparle del reciente desorden...

***

-¡Dios mío, es peor de lo que pensaba!»

Ya en la calle y sobre su cabeza aeromóviles de todos los colores y tamaños permanecían gravitando silenciosamente sobre sí mismos, sus ocupantes, vociferando histéricos desde las alturas. También un sinnúmero de vehículos terrestres salpicaban la inmensa avenida de improvisados mojones mientras robot urbanos y androides de compañía, intentaban sacar a sus ocupantes forzando puertas y ventanas.

Boquiabierto, Phausto pegó un par de tirones a su corbata deshaciendo el nudo por completo, y con ella arrastras, dio unos pasos al frente abandonando la ahora estática acera móvil.

Salvo el Alumbrado Urbano de Emergencia no había ninguna otra fuente de luz, y merced a ello, MadridFutura se encontraba casi totalmente desnuda. Aunque en aquellas circunstancias eran del todo inútiles, tanto las señales y semáforos reguladores del tráfico terrestre, como aquellas señalizaciones necesarias para el tráfico aéreo, ya no existían, y tampoco lo hacían las delimitaciones semifluorescentes de los carriles. Y eso no era todo; las marquesinas de los aerobuses también se habían apagado y lo mismo sucedía con las bocas de metro y los gigantescos displays publicitarios, enmudecidos tras una funesta oscuridad. Aquellos ángeles publicitarios que acompañaban siempre a los habitantes de la inhóspita pero bien aderezada ciudad, se habían visto obligados a privarles de su grata presencia y “buenos consejos”. Todo lo que antes era luz se había transformado en sombra. Lo que antes fue contenido había sido ocupado por la nada. El último y más destacado ejemplo eran las hermosas fuentes de agua virtual, que habían dejado de funcionar y en aquellos momentos ni existía ya el mecanismo virtual, ni existía el líquido igualmente ficticio, ni el sonido de la simulación. Todo lo que ahora pudiera tener que ver con la naturaleza ese lugar donde antes simuló remansar el agua, era la materia prima utilizada en la mezcla para obtener el cemento del pavimento.

Y entre tanto, MadridFutura seguía convirtiéndose en una ciudad atestada de ciudadanos histéricos, vociferantes, confusos, violentos, y a esa creciente y eufórica plaga, se le iban sumando nuevos grupúsculos apiñados en las puertas de los edificios principales: En vista de que la situación no mejoraba, todo ser viviente había sido prácticamente vomitado al exterior.

-Señor, ¿puedo ayudarle en algo?

Un gigantesco robot humanoide interceptó su camino. El cardiólogo hubo de alzar la mirada para contemplar al artefacto a los ojos:

-¿Cómo te denominas, robot?

-Soy un SLU3000. Me hacen llamar Hércules -su voz torpemente humanizada volvió a repetir la pregunta-. ¿Puedo ayudarle en algo?

Phausto contempló severamente al robot procurando dominar su ansiedad. Sabía perfectamente que la gigantesca figura humanoide pertenecía al Servicio de Limpieza Urbana, ¡todo el mundo lo sabía dada su configuración!, pero no así su estúpida denominación.

-Bien, sí, puedes ayudarme. Dime ¿qué ha ocurrido? ¡Esto es inadmisible!

El engendro entendió que se le requería para una tarea distinta a la que normalmente debía desempeñar, y se dispuso a recoger algunos de los artilugios configurados para la limpieza. En un abrir y cerrar de ojos, hubo escondido hasta el último en los receptáculos configurados para ello:

-Aún no lo sé con exactitud, señor. Todo está patas arriba y…

El cardiólogo levantó una mano rápidamente:

-Déjalo ya ¿quieres? No me aburras con explicaciones inútiles. Y bien, ¿es posible que te conectes a la Red y me digas qué está ocurriendo exactamente? ¿Por qué nada funciona?

Aún guardando silencio, el robot volvió a mirar en todas direcciones y antes de cumplir con su cometido, se permitió el extraño lujo de coger al estupefacto humano de los hombros y conducirlo cerca de un edificio próximo. La actividad podía reiniciarse en cualquier momento, y entonces aquel minúsculo hombrecillo podría haber corrido peligro.

-Procediendo con la información solicitada.

-¿Estás conectado a la Red?

-No señor, es imposible acceder a ella. No obstante procedo a suministrarle el último registro solicitado por uno de los transeúntes hace veinticinco minutos seis segundos exactamente. Precisamente cuando tuvo lugar el tercer corte en el suministro eléctrico. En éste rezaba que en primer lugar perdimos contacto con todos nuestros satélites de comunicación, después las grandes computadoras se paralizaron; computadoras de empresas, de instituciones... todas fallaron hasta que quedaron bloqueadas casi por completo. Asimismo, y como puede ver, lo último fue el suministro de energía de la ciudad. Un momento... -la minúscula antena que llevaba adherida a una de sus sienes, se movió milimétricamente buscando la frecuencia de radio adecuada. Mientras, sus encarnados ojos electrónicos perdieron intensidad-. Parece que ya es posible conectarse a la Red Mundial. Efectivamente, no se trata sólo de un problema de comunicación en la Red o fallos en el suministro eléctrico. Es... se trata de un problema global. El mundo… el mundo se está paralizando. Todo... todo…

Los ojos del mecanismo se apagaron por completo.

-Robot... ¡Hércules! ¡Hérculeeesss! -el cardiólogo se abalanzó sobre él pero Hércules continuó sin responder. Fuera de sí, se giró, comprobando que al resto le sucedía lo mismo.

-Phausto. ¡Phausto! ¿Qué está sucediendo?

-¿Qué, cómo? Ha dejado de funcionar, yo, ¡le pedí...!

-No, no me refiero al dichoso robot, quiero decir que qué está sucediendo exactamente. ¿Has averiguado algo ya? Saliste como un rayo. Dime ¿qué ocurre?

Phausto volvió a contemplar al recién llegado ahora con más detenimiento. Su compañero y ¡ex!cuñado Josh, al mismo tiempo le miraba con aquellos gigantescos ojos queriendo salirse de su cuadriculado y perfecto rostro. El pequeño galeno contuvo una náusea.

-¿Porque supongo que habrás averiguado algo, no? Fuiste el primero en salir de la sala de conferencias y al menos tú has tenido tiempo de interrogar a uno de estos chismes -se mordió el labio superior mostrando lo que ahora se había convertido en la última moda: toda una ristra de dientes de diversos y rabiosos colores.

-Pues no, lo siento -Phausto carraspeó y contestó lo más cortésmente que pudo, ya que su ¡ex!cuñado insistía en revolverle las tripas-. Aún no he averiguado nada. Estaba intentándolo cuando este… este sujeto se bloqueo y tú viniste presuroso a interrumpirme -enseñó irónicamente su perfecta y por mucho tiempo blanca dentadura-. Y ahora siento tener que prescindir de tu grata presencia, pero he de irme.

-¿Pero qué estás diciendo? ¿Adónde vas, qué vas a hacer si nada funciona?

-Lo sé, pero debo irme. Aquí desde luego que no hago nada.

-¿Pero adónde? ¿Quieres que te acompañe? -Josh lo agarró de ambos brazos-. Voy contigo, ¿de acuerdo?

Phausto se lo quedó mirando pero Josh no cogía la indirecta, así que hubo de retroceder bruscamente para soltarse. En su retroceso, tropezó con una señora que a su vez corría cogida a la chaqueta de su presunto esposo.

-Lo siento, perdonen, perdonen! -Phausto volvió a encararse a su ¡ex!cuñado- La verdad, no creo que sea de tu incumbencia.

Josh se cruzó de brazos observando atentamente a su compañero de profesión:

-¿Ah no? Bueno, pues dime una última cosa, ¿vayas donde vayas, cómo piensas ir?

-¿Y qué importa ahora eso? -Phausto echó a andar en dirección opuesta a la de su amigo.

-Sí que importa.

-No, no importa... -contestó por encima de su hombro-Y voy a pie.

Josh le persiguió:

-Bueno, tú verás, pero yo puedo hacer que vayas donde vayas llegues antes. Mi apartamento está muy cerca, ya lo sabes, y hace un par de días adquirí una vieja bicicleta que ahora podría servirnos...

-¿Qué? -Phausto se detuvo en seco.

-Efectivamente, tengo una vieja bicicleta en muy buen estado. Ya sabes que soy dado a coleccionar rarezas, pero si la quieres, tienes que dejar que vaya contigo a donde sea. Aquí yo tampoco hago nada.

-Ni hablar, ¡niiiii hablar! No. ¡No, no y no!

El pequeño cardiólogo metió las manos en los bolsillos de su chaqueta, corbata incluida, y echó a andar mascando una increíble variedad de palabros.

-¿Pero qué te ocurre? ¿Adónde vas? ¡Dime eso al menos!

Phausto se volvió congestionado y casi escupió sus palabras. Empezaba a entender que sin aquella reliquia tardaría una eternidad en llegar:

-A casa! ¡A casa, a casa, a casa!

-¿Pero estás loco o qué? ¡Está casi a treinta kilómetros, no llegarás nunca! Además, fuera del núcleo urbano no habrá ninguna iluminación de emergencia. Mi bicicleta sí tiene alumbrado y...

-Está bien, ¡estáaaaaaaaaa bien! -gritó-. ¡Vámonos!

***

Minutos más tarde Phausto hubo de verse sentado en el lugar reservado a llevar los bultos, puesto que aquel dichoso vehículo era una antiquísima bicicleta de paseo. Aun así, lo peor no fue viajar de paquete junto a ese memo al que no le importaba ir pedaleando sobre un velocípedo pintado de color rosa, sino soportar su cháchara y pasar por alto algún que otro comentario sobre lo bien que le iba a su hermanita. Lo bien que le iba a esa enana arpía…

A pocos metros de su casa Phausto decidió que era el momento de bajarse de la bicicleta, y haciendo caso omiso de las preguntas de su cuñado, avanzó rápidamente echando mano de la poca dignidad que aún le quedaba.

Una vez dentro de la casa ambos médicos se encontraron frente a una cámara levitante, que casi les golpeó mientras les filmaba. Detrás de ésta, se encontraba el esperado periodista, que estuvo a punto de tragarse su moderno micrófono justo cuando Phausto le hizo brutalmente a un lado.

Y allí, en el salón, como si nada, estaba él… Su querido SLD1000. Aquel condenado cacharro que le había puesto en ridículo. Y para colmo no estaba solo, junto a él, también esperaba su habitual robopsicólogo.

A pesar de no haber esperado compañía, el cardiólogo no se reprimió:

-Bien, ganaste la maldita apuesta! ¡Ahora sólo espero que estés contento!

El “Servicio de Limpieza Domestico” miró a Phausto sin terminar de reaccionar, después a su robopsicólogo, y por último a la holocamara. Sabía que había ganado la apuesta, pero ¿y qué? Ya le advirtió de que lo haría.

-Suéltalo ya de una vez, ¿quieres? ¡Dilo de una vez!

-¿Si insiste? Doctor, ya se lo dije.

El cardiólogo apretó los puños dispuesto a golpearle, pero en vez de eso, se detuvo en seco y durante unos instantes permaneció en silencio, con la vista fija en el suelo. Después cerró los ojos y respiró hondo, debía mantener la calma.

-Muy bien, llevabas razón… pero ahora haz el maldito favor de poner fin a todo esto. ¿Quieres?

Sin necesidad de intercambiar una sola palabra más, el SLD en un presunto alarde de superioridad, en vez de utilizar su tarjeta inalámbrica de red y mediante ésta su propia conexión, decidió dirigirse al ordenador principal de la casa ubicado allí mismo. Desde allí, acabó con la pesadilla en un santiamén.

-Ya está, señor, el virus está desactivado. Y ahora que se lo he demostrado, ¿cumplirá con su parte del trato?

-¿Qué parte del trato? -se interpuso el periodista-, ¿cuál es la apuesta? ¿Cómo es posible que un robot y su amo tengan algo por lo que apostar?

El zoom de la cámara pasó del rostro impertérrito del robot al semblante congestionado del humano.

Antes de contestar a su robot, Phausto se volvió hacia el periodista:

-¿Se puede saber quién demonios es usted y cómo narices sabía que tenía que venir a mi casa en busca de una exclusiva?

El robopsicólogo tomó la palabra entonces:

-Es mi pareja. Su SLD me dijo que le trajese minutos antes de que todo esto diese comienzo.

-Ya veo…

-¿Señor, cumplirá con su parte del trato? -repitió el SLD.

-Por supuesto! ¿Por quién me has tomado? -Phausto volvió a espirar como un auténtico toro de lidia- ¡Maldita sea, soy un hombre de palabra y lo sabes!

El SLD permaneció entonces inmóvil en medio del enorme salón, mientras Phausto, de nuevo apretando los puños, se daba media vuelta.

-Espere… ¡Un momento Doctor! ¡Espere un momento por favor! -el robopsicólogo le interceptó.

-¿Qué narices quiere?

-Discúlpeme, pero aún tengo una duda. ¿Cómo surgió la apuesta?

Phausto dirigió una mirada al SLD. Después volvió a clavar la vista en su afeminado interlocutor y resignado, tomó aire. ¿Qué importaba ya? Al fin y al cabo acababan de darle una buena lección.

-Bueno, verá, yo…Todo esto empezó hará un par de semanas o así, durante una de nuestras habituales charlas nocturnas. Ya conoce mi trabajo, éste es de lo más absorbente, así que esa noche acabé emocionándome más de la cuenta mientras comentaba lo maravilloso del funcionamiento de nuestro cuerpo, cuando no surge ningún problema, claro está. Bien, pues de pronto, ¡sin venir a cuento!, el SLD me interrumpió y empezó a soltar una increíble cantidad de estupideces. ¿Se lo puede creer? Le dio por teorizar y comparar la funcionalidad de las máquinas con nuestro cuerpo. Eso lógicamente me sacó de quicio, así que yo… -carraspeó para terminar guardando silencio.

-Entiendo…

-¿Que entiende? ¡Usted qué va a entender! Esa jodida máquina va a arruinar mi imagen en cuanto su amiguito entregue el material que ha grabado. Seré el hazmerreír del mundo entero. ¿Entiende ahora? ¡Del mundo entero!

De bastante peor humor, Phausto quiso dirigirse de nuevo hacia las escaleras que le conducirían a una segunda planta.

-Un momento, espere. ¡Espere! -el robopsicólogo le persiguió, seguido del periodista y adelantado por la cámara-. Comprenda que yo sólo intento cumplir con mi trabajo, y usted aún no me ha dicho qué ocurrió. ¿Qué le dijo exactamente?

El otro se volvió furioso:

-Está bien! Se lo diré si me promete que me dará lo que ese… su amiguito ha grabado.

-Ni hablar -el periodista negó con la cabeza en dirección a su compañero.

-Bueno, pues entonces haga el favor de apagar la cámara y aléjese de mí. Creo que ya tiene más que suficiente con ese material.

-No.

Phausto se cruzó de brazos y permaneció en silencio con la vista fija en el objetivo. Un par de minutos después, y cansado ya de aquella guerra, el robopsicólogo hizo una seña a su compañero y finalmente el periodista hubo de alejarse sin rechistar, junto a su eterno compañero electrónico.

-¿Y bien?

-¿Pero de verdad quiere saberlo? ¿De verdad quiere conocer la crueldad de ese cacharro? -el otro afirmó en silencio-. ¡Muy bien, pues ahí va! Le dije que no entendía a qué venía aquella absurda teoría suya y menos aún, cómo había sido capaz de exponerla en voz alta comparándose con tanto descaro a nosotros, sus amos, cuando sabía tan bien como yo que ellos eran prácticamente imperecederos y que nosotros, por el contrario, no sólo no lo éramos, sino que cuando abandonábamos esta vida la mayoría de las veces lo hacíamos sufriendo. Le repetí una y otra vez que aquella comparativa era lo más absurdo que había oído en toda mi vida, porque lo mirase por donde lo mirase, sus vidas eran un cómodo camino de rosas. Un auténtico y patético camino de rosas.

-Oh, oh, ¿eso le dijo? -Raford, que así se llamaba el experto en robótica, empezaba a imaginarse cómo se había desarrollado aquella última conversación.

-Eso le dije, sé que tal vez me excedí, pero era lo que pensaba y yo jamás dejo de decir aquello que se me pasa por la cabeza.

Por primera vez y bajo la mirada atenta del cardiólogo, el robopsicólogo sacó su PDA del bolsillo de la chaqueta y apuntó algo en la pantalla. Phausto no pudo ver qué escribía exactamente, y eso le alteró aún más. Por su parte, cuando acabó con lo que le ocupaba, Raford volvió a guardar la PDA en el bolsillo e incitó al otro a que continuase con un silencioso movimiento de cabeza.

-Eeeh, el SLD me contestó entonces que estaba confundido en algunos, ¡algunos puntos, los llamó! Me dijo que yo no acababa de verlo todo como en realidad era, pero que era algo normal dado que los humanos con el tiempo nos habíamos convertido en unos pobres ignorantes, creyendo estar siempre por encima de todo. Desde luego esto último no me lo dijo así. ¡Jamás se lo habría permitido! Pero ahora entiendo el significado de esas palabras que por otra parte, ¡maldita sea, no recuerdo de forma exacta! Entonces volvió a aquello de que ambas formas de vida éramos frágiles y que en el caso de las máquinas, más de lo que pensábamos. Mucho más. Le dije que aquella exposición era una solemne estupidez, ya que para empezar, ni siquiera se les consideraba formas de vida, sino una simple herramienta de trabajo o un utensilio mediante el cual hacíamos nuestras vidas más cómodas, más agradables -Raford abrió los ojos desmesuradamente. Fue a echar mano de su PDA, pero decidió dejarlo para más tarde.

»Entonces fue cuando me dijo lo confundidos que estábamos aquellos que pensábamos en ellos como en simples “cosas”. Aquellos que nos empeñábamos en no ver que los seres humanos no éramos los únicos seres que habitaban la Tierra, ya que aunque ellos no fueran organismos sintientes, también representaban formas de vida que evolucionaban junto al resto del ecosistema. Por esa misma razón, quisiéramos verlo o no, a estas alturas la máquina necesitaba tanto del hombre como el hombre de la máquina, porque, y lo repitió varias veces, la máquina aunque no era sensible ni perfecta, sí era frágil, igual que lo era el hombre en algunos sentidos. Tras... tras esta extraña exposición fue cuando, ¡en fin, cuando...! -metió la mano en el bolsillo y revolvió la corbata, que aún permanecía allí hecha un auténtico guiñapo-, cuando me dijo que algún día me demostraría lo confundido que estaba si insistía en continuar manteniendo mi actual punto de vista. Dijo que si fuera necesario, acabaría enseñándome lo frágiles que éramos ambos y cuánto necesitábamos los unos de los otros. Después empezó a parlotear diciendo algo así como que, lo quisiéramos o no, a estas alturas ambos éramos complementarios. Que nosotros tampoco seguiríamos evolucionando si no estuvieran ellos a nuestro lado. Yo entonces no supe controlarme y le reté a que me lo demostrase. Le dije que si era capaz yo, ¡oh Dios! ¿Pero cómo se lo permití? ¿Cómo es posible que me dejase embaucar de ese modo? Yo... -finalmente se dejó caer, y con la ayuda del otro, terminó sentándose en uno de los primeros escalones.

-Entiendo... -el robopsicólogo decidió acabar por él-. Entonces todo este caos que generó vino a demostrar esa fragilidad de la que hablaba en ambos sentidos ¿no es así? -el otro asintió, sintiéndose cada vez más pequeño-. Un simple virus informático es una epidemia que puede acabar con ellos al igual que una enfermedad letal con los seres humanos. ¿Cierto? -el otro bajó la vista mientras el robopsicólogo también tomaba asiento.

»Este, “virus”, también vendría a demostrar la vulnerabilidad del ser humano. Que verdaderamente interactuamos con la técnica, ¿verdad? Indudablemente con un descontrol absoluto la raza humana sería incapaz de seguir adelante como lo ha hecho hasta el momento, o al menos continuar haciéndolo sin más. Es cierto que en un principio vivimos sin alta tecnología, la máquina no nació junto al hombre, pero ésta sí lo hizo junto a nosotros, y efectivamente lo queramos ver así o no, tras su nacimiento ambos hemos ido evolucionando y adaptándonos simultáneamente tanto a las nuevas necesidades como a los cambios. Y ahora, en el punto en el que nos encontramos, habiendo perdido todas nuestras antiguas capacidades sería como empezar prácticamente desde cero. Y ciertamente si hubiéramos de hacerlo, lo pasaríamos mal, muy mal, ¿no le parece? Imagínelo. Toda la información; teorías, descubrimientos, experiencia... El manual de la vida almacenado en cerebros artificiales y ni una sola posibilidad de acceder a ella. Por supuesto es una situación del todo inverosímil, pero si ésta se diera, todo el conocimiento que ha ido adquiriendo el hombre a lo largo de la historia se pedería temporalmente, o quizá para siempre. ¡Dios santo! Sería como haber obtenido el peor de los resultados tras la más devastadora de las guerras.

Phausto se puso en pie y atajó:

-Así es. Desgraciadamente me he dado cuenta de lo que quería decir demasiado tarde. Pero usted ya se ha encargado de exponerlo a la perfección.

-Espere, ¡espere! Aún queda una cuestión.

El cardiólogo se volvió ceñudo:

-¿Qué cuestión?

-¿Qué apostaron? ¿Qué es lo que ha ganado su SLD?

Phausto volvió a contemplar a su robot desde allí. Sin apartar la vista del individuo artificial, contestó al otro sin pizca de entusiasmo y con el rostro notoriamente ruborizado.

-Yo, bueno, le dije que si era capaz de demostrarme algo tan absurdo le daría cualquier cosa a cambio, y él… él me dijo que lo único que quería era intercambiarse conmigo.

-¿Cómo? Perdone pero no acabo de entender.

Phausto le observó perplejo. ¿Cómo era posible que fuera tan corto?

-En los próximos días yo, bueno yo, -resultaba más difícil de lo que había pensado- yo me quedaré encerrado en casa cumpliendo con sus tareas domésticas, mientras él, él ejerce la medicina en mi lugar. ¿Contento? Ese es el jodido trato, y ahora si me disculpa, tengo que hablar con mi jefe y algunos de mis compañeros para ponerles al corriente, así sabrán qué hacer cuando vean a esa cosa aparecer mañana a primera hora en mi consulta. Eso si no lo ven antes en holovisión…

Pero antes de seguir subiendo Phausto observó por última vez al Servicio de Limpieza Doméstica, perseguido por un sonriente Josh. Contemplar a su ¡ex!cuñado dialogar amigablemente con el engendro al mismo tiempo que sostenía su móvil pegado a la oreja, verle así, tomando protagonismo alegremente en el salón de su casa cuando en todo momento se había mantenido al margen, le hizo recordar algo; aquella última frase que le dedicó su mujer antes de dar el portazo definitivo:

-Ah, y por mi parte te puedes quedar con “Inmaculada” -el cardiólogo observó con auténtico odio a su SLD, ataviado con un simple delantal configurado del mismo metal oscuro que el resto de su cuerpo-, ya que ese pobre robot es todo lo que siempre has necesitado de una mujer.

Sus glándulas salivares impregnaron su boca de un sabor amargo. El sabor de saberse víctima de una posible conspiración.

© Pat Mac Dougall
Publicado originalmente en El Sitio de Ciencia Ficción

La autora : Pily B.
Madrid, 1972. Empezó leyendo ciencia ficción de la mano de Julio Verne, pero el auténtico detonador de su locura cienciaficcionera fueron las historias de Asimov. Lo siguiente, fue engancharse a Star Trek, y ahí dio comienzo la aventura de escribir. Lo primero fue “Star Trek; X indefinida”, una novela que autoeditó y de la cual ya no quedan ejemplares. Después continuó garabateando hasta concluir otra novela y varios relatos “semicortos”. Actualmente es seleccionadora junto a un amigo, de los libros trekkies Últimas Fronteras, editados por el C.S.T.M. (Club Star Trek de Madrid). Coordina el portal NGC 3660.
Enlace: Relatos
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