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LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DÍAS
por FRANCISCO JOSÉ SÚÑER IGLESIAS

Titulo Original: Le tour du monde en quatre-vintgs jours
Año de Publicación: 1873
Editorial: Plaza & Janés
Colección: Jet 357/1
Traducción: Cedida por Ed. Molino y Ed. Ramón Sopena
Edición: Marzo 1998
ISBN: 84-01-47176-1

Ante todo; el protagonista de LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DÍAS se llama Phileas Fogg, No Willy Fogg, y esto, aunque es algo bien sabido desde hace más de un siglo, estuvo a punto de hacerme llegar a las manos con un supuesto amiguete hace un par de días.

El tal endeviduo (que eso es) insistía una y otra vez que Willy Fogg era el verdadero nombre, que Mrs. Auda era la Princesa Romi y no se cuantos detalles más, indicativos de su adicción a la televisión y su poco gusto por la lectura.

No soy especialmente contrario a las adaptaciones televisivas o cinematográficas de clásicos como este, y más cuando no los veo, pero una cosa es adaptar y otra retorcer la verdadera orientación de las aventuras de los protagonistas y cambiarles el carácter ¡y hasta el nombre! por intentar hacerlos más atractivos al supuesto público al que van dirigidas, esto es, el infantil.

Parece como si los niños fueran tontos y Willy tuviera más atractivo que Phileas y que además del animoso Picaporte se hiciera necesaria la inclusión de un ratón andaluz de una gracia muy dudosa. Eso sólo demuestra la torpeza de los guionistas, incapaces de comprender las esencias de las aventuras de nuestro imperturbable inglés, y adaptar las humoradas de Verne al gusto actual sin caer en la simpleza, que no simplicidad.

De igual modo, las adaptaciones cinematográficas se han visto enriquecidas con episodios que nada tienen que ver con el fulgurante viaje de mister Fogg, aunque eso sí, David Niven y Mario Moreno hacen justicia al carácter que Verne intenta dar a sus personajes.

Fogg es un caballero imperturbable, escrupulosamente puntual y de vida monótona y precisa. Picaporte es todo lo contrario, payaso, malabarista, equilibrista, sargento de bomberos, trotamundos profesional, ha visto más mundo en una semana que su señor en diez años. Sin embargo, harto de esa vida agitada, ha decidido entrar al servicio de Phileas Fogg buscando el sosiego y la tranquilidad que la anodina vida del caballero le prometen.

Pero con lo que no contaba Picaporte era con el orgullo de su patrón. Por un quítame allá esas veinte mil libras, Fogg se embarca en un viaje alrededor del mundo con la única razón de demostrar que la razón la tiene él. Y a partir de ahí comienza la aventura. Si bien la intención de Fogg es la de enlazar con toda precisión un medio de transporte tras otro para completar su periplo en el tiempo convenido, los obstáculos e incidencias se superponen para hacer de éste un relato que no por sabido es menos interesante.

Esa es precisamente su gran virtud como clásico. No por mucho que se lea, o vea en versiones expurgadas o bastardas, no por mucho que sepamos de memoria como van a acabar, los viajes del extraño grupo formado por Fogg, Picaporte, Auda y Fix, dejan de tener atractivo y emoción.

También es interesante hacerse una idea de lo que supuso en su época esta novela. Ochenta días para una vuelta al mundo era entonces una velocidad de vértigo, el avance meteórico que supuso la aplicación masiva de la tecnología del vapor a los transportes hacía las distancias insignificantes y los viajes alocadamente rápidos. Con todo, aún siendo una tecnología fiable para entonces, los vehículos que movía eran de una fragilidad asombrosa, y la constante de la novela gira alrededor de la poca fiabilidad de cascos de barcos, tendidos ferroviarios e ingeniería civil en general.

Demostrar que era posible dar la vuelta al mundo en ochenta días (¡y en menos!) suponía glorificar el ingenio humano y dejar patente que allá donde se aplicara una buena planificación todo era posible.

¿Y porque no? Dar de paso una somera lección de geografía mundial.

© Francisco José Súñer Iglesias
Publicado originalmente el 30 de abril de 1998 en www.ciencia-ficcion.com

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